No es que sea algo nuevo, pero estas semanas de febrero han sido muy rudas en cuanto a feminicidios en México. No es que sea algo nuevo -como si por ser antiguo doliera menos, o uno estuviera más acostumbrado- pero no deja de ser algo profundamente desgarrador, que desarma, que aturde. Ya no se sabe qué sentir, qué pensar, qué hacer, qué no hacer. Cada vez es más cerca. Desde su trinchera -¿cuál?- una tiende a replegarse e incubar el temor, el miedo se vuelve una sombra negra cada vez que se sale a la calle. Siento una admiración total por todas aquellas hermanas que salen a marchar, a gritar, a romper y quemar todo. Por supuesto que me representan: hacen lo que yo no me atrevo a hacer porque me da miedo. Estoy segura de que ellas también lo sienten, pero ese miedo las moviliza, mientras que a mí, y a muchas otras, nos paraliza.
Por todo esto, tengo una necesidad de conjurar esta sensación de miedo de alguna forma que me haga sentir un poco mejor. No sé si a alguien más le sirva, pero a mí me funciona el permitirme recordar por qué me gustan (y siempre me gustaron) las mujeres. Sí, también me gustan los hombres, pero eso no interfiere con lo que quiero decir ahora.
Ayer lo recordé con Mary Elizabeth Winstead en Birds of Prey, en su papel de Huntress: su personaje es duro por fuera pero suave por dentro, sabemos que tiene una historia terrible pero la vemos lanzar flechas implacables en el cuello de los que la rompieron. Por otro lado, sabemos que se siente insegura, practicando una y otra vez su línea frente al espejo. En la práctica nadie lo nota y todos hacemos pacto con su presencia fuerte y decidida. Esto la vuelve tan atractiva, protectora, pero también seductora. Y eso nos vuelve locas.
Y sí, me gustan las mujeres fuertes. Las personas que me han gustado son seres que admiro por alguna u otra razón, y que me dan la impresión de haberse enfrentado con muchos demonios propios para poder llegar a ser quienes son hoy. A diferencia de muchos hombres, en ciertas mujeres esa fortaleza no es dada por derecho de nacimiento, es una fortaleza conquistada a lo largo de muchas batallas, muchas de ellas con una misma. Esa característica combinada con una aparente fragilidad -inexistente, la verdad- es algo que me resulta magnético, aunque no quiera, ahí estoy poniendo la mirada.
La mirada y la memoria me llevan a la primera vez que esta persona me tocó, que fue hace unos 6 años, cuando iba a ballet los sábados por la mañana y ella sustituyó al profesor cuando tuvo apendicitis. Jamás nadie me había ajustado en la barra con tanta fuerza como esta mujer menudita, unos pocos años más joven que yo, pero con tantos de experiencia en lo que hacía.
Y luego, su voz rasposa.
El estúpido patriarcado y sus ideas cuadradas nos hacen pensar que una prima ballerina, con su aspecto de muñeca de porcelana, podría tener una voz dulce y suave. Ella no. Su voz es moderadamente grave y su entonación no es afectada, al contrario, es un poco tosca, seca. Y lo mejor es que no habla como una princesa, muy al contrario, sabe maldecir como cualquiera de nosotros los mortales, y no le avergüenza. Y tampoco lo hace como una pose o un juego impostado.
En fin, es tan poco lo que conozco de ella, pero me transmite y me inspira tanto. Ah, y además adora a los gatos. Es tan perfecta. Y a la vez, no es nada perfecta.
Todo eso me llena de vida, esperanza, amor por la humanidad y sobre todo, amor por lo femenino, en estos tiempos tan desesperanzadores. Su sola existencia y el poder coincidir en este espacio con alguien tan humano y mágico me devuelve poco a poco algo que ni siquiera sabía que necesitaba: la fascinación. Y hoy sí me atreví a saludarla, no me dio vergüenza estar toda sudada y desarreglada, literal, me valió verga.
