Ensayo: La sociedad civil millennial y sus posibilidades de superar las no-libertades

Noelle
7 min readMay 11, 2019

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Festival “Subterráneo Escénico”, de https://www.dondeir.com/ciudad/festival-subterraneo-escenico-bailarines-en-el-metro-de-cdmx/2019/05/

En la antigüedad, la humanidad mantenía una visión evocativa de la historia: lo mejor había sucedido en el pasado. Se privilegiaba la permanencia, la ausencia de cambio y el mantener una sólida fidelidad a los valores surgidos de tiempos precedentes; las revoluciones se consideraban verdaderas maldiciones de los dioses. Grecia y Roma fueron grandes ejemplos de este rígido culto a la tradición y apego a las costumbres. Posteriormente, con la Edad media se estableció un pensamiento eminentemente religioso, el arte se llenó de reproducciones de ángeles, santos y mártires de la Biblia. La filosofía predominante fue la teología, pues se vivía bajo el precepto de que lo mejor no está en el mundo terrenal, sino en el más allá, en la vida, inmaterial, que llega después de la muerte.

La modernidad representó la ruptura con el pasado y la teología: ya no ve lo mejor en lo que sucedió antes, o en lo que sucederá en el más allá. La modernidad plantea como meta un futuro mejor, sosteniéndose en la promesa de que puede construirse, en esta tierra, algo diferente. El concepto de revolución se transforma por completo, dejando de ser una maldición para convertirse en la búsqueda del futuro. Bajo este lema surge la primera revolución cultural: el renacimiento. La revolución científica sienta las bases para la posterior revolución filosófica; libres del yugo de la religión, arrancan los descubrimientos en todos los campos del saber. A la par, la exploración de territorios desconocidos da lugar a una revolución geográfica: el descubrimiento, conquista y colonización de los nuevos mundos por parte de las potencias imperialistas.

Las revoluciones religiosa y filosófica llegan de la mano de la reforma protestante y la ilustración, respectivamente, siendo la razón el eje de la modernidad presente en ambas, a diferencia del leitmotiv de la antigüedad, que era la fe. En la misma línea, las revoluciones políticas, la americana de 1776 y la francesa de 1789, buscaron la igualdad ciudadana, y si bien no la consiguieron por completo, sentaron las bases ideológicas de los derechos humanos.

Asimismo, las revoluciones pudieron ver la luz para romper con los paradigmas preexistentes gracias a uno de los mayores legados del mundo antiguo: las utopías. La importancia de las utopías recae en su poder para romper las cadenas mentales: las utopías de Platón, de San Agustín, de Tomas Moro… todas ellas invitaban a imaginar una base ideológica, con leyes precisas, de una sociedad deseable, aunque imposible de acceder en el momento presente.

Por otra parte, la idea de la modernidad trajo consigo el concepto (¿o utopía?) de la inclusión: si hay mejoras, que éstas sean accesibles para todos. No obstante, las revoluciones económicas como la revolución industrial, y la del trabajo, demostraron que los avances no siempre llegaban a la totalidad de la población, sino que, muy al contrario, los avances permitieron la concentración de los beneficios para un cierto sector de la sociedad en desmedro de otros sectores. Dentro del marco económico y político de la sociedad industrial, ideologías como el socialismo moderado buscaron cambios progresivos, progreso social paulatino en contraste con una brusca revolución. Las mejoras permanentes que se logren a través de una serie de reformas graduales harían posible una mayor inclusión en los avances para todos los sectores de la sociedad. En el mismo contexto, el capitalismo, lejos de pretender una mayor inclusión, buscó fortalecer al mercado, otorgándole a las masas la ilusión de libertad mediante el poder adquisitivo, permitiendo que éstas llenen su vacío existencial mediante la venta de su alienada fuerza de trabajo.

Finalmente, la superación de la sociedad industrial por la sociedad postindustrial se formó como lo que hoy conocemos como la posmodernidad. La crisis de la modernidad comenzó hacia el final de la 1era Guerra Mundial, cambiando la mentalidad y las conciencias. El fin de la modernidad trajo como consecuencia lo que hoy conocemos como la revolución tecnológica, revolución de la información, o era de la información. A partir de los avances tecnológicos en las comunicaciones, el flujo de información se volvió más rápido que el movimiento físico. Comenzó en la segunda parte del siglo XIX, con la invención del teléfono y explotó con la adopción del internet global.

Es a lo largo de esta 3ra revolución industrial, llamada también revolución de la inteligencia, que la generación millennial (nacida entre 1981 y 1999) se enfrenta a una sociedad posmodernista en donde los saberes están más disponibles que nunca, pues ya no son custodiados únicamente por el poder político, económico o cultural, y el conocimiento se instituye como un instrumento para convivir, una herramienta que permite al ser humano relacionarse consigo mismo, con su entorno y con otros seres humanos.

Aquí vale la pena destacar el concepto de sociedad civil: la sociedad civil no es el mercado, donde se adquieren los bienes y los servicios con la fuerza del trabajo individual, ni tampoco es la democracia, donde los sujetos votan para ser representados ante un poder superior, que es el estado.

Para las sociedades civiles no existe mayor interés que el bien común; son espacios en los que los seres humanos han podido agruparse espontáneamente y trabajar, a la par del estado, para lograr avances incluyentes, de manera apartidista. Algunos ejemplos de sociedades civiles son la Cruz Roja, Amnistía Internacional, las organizaciones ecologistas, las organizaciones que luchan por los derechos de las minorías, por la búsqueda de desaparecidos, para evitar la trata de personas, sólo por mencionar algunas. En resumen, una sociedad civil es cualquier asociación de ciudadanos sin fines de lucro que busque el bien común sin ser atravesada por intereses o aspiraciones políticas expresas.

Como menciona Marina Garcés en la Nueva Ilustración radical (2017), esta postmodernidad en la que vivimos es realmente una era póstuma, donde la humanidad sabe que tiene los días contados. La generación millennial fue la primera en verse en la urgente necesidad de entender que la humanidad está en el umbral de lo vivible, y está consciente de que sus sistemas (económicos, financieros, sociales) están al borde del colapso.

En esta sociedad posmoderna de la información, no se ha llegado a definir qué es más eficiente para manejar el bien común: el estado o el mercado, el individuo o la sociedad. El objetivo de que los avances lleguen a cada vez más personas sigue viéndose lejano.

El economista indio Amartya Sen, en su obra Desarrollo y libertad (2000), menciona que el propósito del desarrollo es la remoción de diversos tipos de no-libertades, que dejan a los seres humanos con muy pocas opciones y oportunidades para ejercer sus capacidades. Estas no-libertades son la pobreza, la tiranía, las escasas oportunidades económicas, las privaciones sociales sistemáticas, el descuido en el suministro de servicios públicos, la intolerancia y la sobreactuación de los estados represivos.

El desarrollo se vería, entonces, en términos de una expansión sustantiva de las libertades individuales, es decir, de lo que la gente pueda alcanzar y que está determinado por sus oportunidades económicas, sus libertades políticas, los poderes sociales a los que accedan, las condiciones de salud, la educación básica, y la promoción de iniciativas para el bienestar común por parte de la sociedad civil que sustenten un desarrollo integral e incluyente.

Por lo tanto, ante la necesidad de una nueva, flexible y más incluyente sociedad civil, para la generación millennial fue necesario apropiarse de conocimientos que redefinan a la sociedad misma. En este sentido, la tecnología fue de vital importancia para que esta generación pueda generar puentes, reconstruir el tejido social y, sobre todo, conocer y reconocerse en un prójimo que no esté tan próximo.

Un ejemplo del poder real de las nuevas tecnologías de comunicación se dio durante las manifestaciones del mundo árabe entre 2010 y 2013, conocidas como La primavera árabe, en la cual la rápida comunicación a través de la red sirvió para la que la sociedad civil se organice y deponga gobiernos dictatoriales que no habían podido ser derrocados a lo largo de varias décadas. Gracias a una sociedad civil “virtual”, pues puede tratarse de individuos que nunca han tenido interacciones cara a cara, fue posible para varias naciones superar una de las mayores no-libertades del ser humano: la tiranía y la sobreactuación de un estado represivo.

La pregunta que queda lanzada en el aire es la siguiente: ¿es posible para la generación millennial, ubicada en este improbable espacio entre la generación X y la centennial (también llamada generación Z, personas nacidas después del 2000, o “post-millennials”) generar cierto tipo de cambios sociales relevantes, actuando desde una sociedad civil virtual, construida a partir de los nexos significativos y la nueva conciencia que la tecnología ha hecho posible?

En este plano aparentemente vacío, saturado y falto de criterios que caracteriza a las redes sociales, la generación millennial ha demostrado fehacientemente que sí es posible articular un mecanismo de vinculación de sociedades civiles, mediante el intercambio de saberes oportunos y accesibles. La particular situación de la generación millennial, sin ser nativa digital, pero habiendo aprendido a relacionarse dentro de este nuevo entorno al mismo tiempo que fue encontrando su propia madurez, la posicionó como los primeros adultos completamente funcionales inmersos en un plano digital, viéndose en la necesidad de conciliar puntos de vista diversos y a veces contradictorios, como un reflejo de la sociedad misma: diversa, heterogénea, fluida y en constante evolución. Esto se puede destacar como una diferencia con los nativos digitales, quienes, por haber nacido en la sociedad de la información, desconocen muchas de las dinámicas sociales propias de la sociedad posmoderna predigital, en donde todos los cambios se daban de forma mucho más pausada.

Es a través de la crítica activa que el sujeto de una generación particularmente rica en experiencias diversas puede replantearse sus propias limitaciones, o no-libertades, y así discernir lo que le permite trascender su conciencia cotidiana, llevándolo a construir colectividades -virtuales y reales- en donde el interés común sea más importante que todas las diferencias y las distancias físicas entre los sujetos.

Referencias

Sen, Amartya (2000). Desarrollo y libertad. México: Planeta.

Garcés, Marina (2017). Nueva ilustración radical. Barcelona: Anagrama.

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Entusiasta del reino animal, el rock alternativo y el queso. Escribo, bailo y yogueo para no enloquecer. linktr.ee/noelleohsi

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