La semana pasada o antepasada, cuando fue la muerte de la Reina Isabel II, me vino a la mente esta idea para escribir un texto, pero no tuve tiempo y lo anoté en mi libreta de temas. Nota: cualquier libreta que tenga a la mano puede ser mi “libreta de temas”. Y tengo muchísimas libretas.
La muerte de una reina no es en sí relevante por la “relación” que podamos tener con la persona, algo francamente improbable, dadas las enormes distancias, empezando por nuestra ubicación geográfica, histórica y social.
Es relevante por lo que un personaje así simboliza en nuestro imaginario. El cual rara vez es meramente individual.
Entonces, la relación con este símbolo monárquico extranjero y obsoleto es más bien un discurso de clase. Y ahí vino toda la polémica en twitter, fb, etc en la que no pienso abundar. Los memes nos dieron muchos lols y eso siempre se agradece. ¿Festejar la muerte de una persona? pues tampoco, ni que se tratara de Díaz Ordaz, Videla o Pinochet, pero eehhm, bueno, este personaje tampoco es que estuviera muy lejano de los antes mencionados. En especial de Pinochet. Pero como dije, no voy a ahondar en eso.
El símbolo es algo que nos posiciona ante los otros: soy pro esto, soy anti lo otro, “la reina es como la abuelita de mi hija”, y demás sandeces por el estilo, pero no lo hacemos porque sí, lo hacemos porque nos dan identidad.
Nos unen los símbolos en común y nos separa la falta de los mismos.
A mi infancia le sobran símbolos, pero, cosa curiosa, no tuve con quién compartirlos. Mis primos crecieron a 10,000kms de distancia, los veía cada 5 años (con suerte) y nuestra relación empezó más de adultos que de adolescentes, si es que podemos decir que tengo una relación con ellos. Mis amigos de México empezaron a los 10–11 años. Antes de eso, no comparto mucha simbología. La cultura era distinta y los medios también. Hay una gran variedad de símbolos generales, latinos, iberoamericanos, americanos e incluso mundiales, pero son los locales, los de cada país, los que más nos marcan, siono? Al menos en las infancias pre globalización y de antes del internet.
Entonces, en esa situación de análisis simbólico de la muerte de la longeva monarca británica, me sale el podcast de una antigua compañera de danza, hablando de su abuelita. Que la extraña mucho, a ella y todo lo que su presencia simbolizó en su infancia.
No pude conectar. El símbolo de la abuela mexicana no me pertenece. La madraza que es dulce, te llena de comida y tiene una autoridad matriarcal incuestionable. Ninguna de mis abuelas fue así, una era hija de inmigrante y estaba emocionalmente rota, sí, mostraba el afecto con la comida pero no tenía nada de la dulzura o la jerarquía férrea de las mexicanas. Al contrario, mi abuela materna siempre fue un misterio de hacendosidad, pragmatismo y secretos. No digo que no fuera cariñosa, lo era a su forma y sé que siempre fui su nieta consentida, pero no encaja con el molde mexicano, y no digo que fuera mejor o peor, no, sólo era distinta. Era una abuela desclasada, que detestaba a la monarquía y a los ricos, que fue campesina y obrera. Pero que se sabía de memoria todos los esposos de Liz Taylor, y ese tipo de cosas eran las que compartíamos.
Por eso creo que buscar encontrarnos en símbolos es un acto desesperado por recuperar nuestra identidad, por recordar quiénes somos, de donde venimos, porque la identidad a veces es algo muy brumoso, y la memoria, con el tiempo, empieza a divertirse traicionándonos.
